¿“Industria nacional” o extranjerización?

lunes, 25 de marzo de 2013 ·



Contrario a lo que suele enunciar en sus discursos, el peronismo kirchnerista ha consolidado la tendencia de los últimos 20 años. Es decir, mayor concentración en un puñado de grandes grupos capitalistas extranjeros y nacionales y la consolidación del esquema exportador agropecuario y de la agroindustria, favoreciendo a los grandes pulpos exportadores extranjeros (Bunge, Cargill, Nidera y Dreyfus), junto a los exportadores de combustible, minerales y automóviles. A esto se suma un fenomenal crecimiento del capital financiero. De las 220 empresas que más facturaron en 2007, 128 eran extranjeras. Mientras que, en 1997, eran 104 (La Nación, 21/06/09). Y en algunas áreas como minería, automotrices o la extracción de litio, la presencia de transnacionales que expolian nuestras riquezas para transferir sus utilidades al exterior es absoluta. Es decir, la tendencia a la extranjerización no sólo no se detiene, sino que se profundiza. Todo esto con el amparo de la ley de Inversiones Extranjeras sancionada por la dictadura y sostenida por los sucesivos gobiernos, que mantiene en pie de igualdades a los capitales nacionales con los extranjeros, que se ven igualmente favorecidos con exenciones impositivas y fondos del Estado, a la vez que se les brinda facilidades para remitir sus ganancias al exterior.
Según un estudio de Calvo Vismara, las empresas extranjeras dominan el 90% de las operaciones de comercio exterior, contra un 60 por ciento en 1993. Es decir, las “vaquitas” son -cada vez más- ajenas.

No hay un proceso de reindustrialización
Si bien es un hecho que de 2001 a esta parte ha habido una incipiente reactivación de la industria que se recostó en la brutal baja de los costos operativos pos devaluación, lo que ha primado fue la compra o fusión de empresas y la puesta en producción de parte de la capacidad ociosa del período previo a 2001. Es decir, la reapertura de algunas fábricas en desuso tras la recesión de finales de los 90. Sin embargo, esto no altera la tendencia en curso del 75 a esta parte. A contramano de lo que suele enunciar el gobierno, la apertura de nuevas fábricas es un fenómeno marginal que no altera la tendencia hacia la reprimarización de la economía. A esto se suma que la industria automotriz o el polo industrial de Tierra del Fuego, “paraísos industriales” según los kirchneristas, no son más que ensambladoras de piezas importadas desde el exterior, que poco valor agregado aportan al proceso productivo. Y que el 73% del crecimiento se concentra sólo en tres ramas, dos de ellas con una alta penetración extranjera: minería, automóviles y metalurgia.
Este proceso se muestra cabalmente si comparamos la participación de la industria manufacturera en el PBI a lo largo del tiempo. Mientras que en el período 1975-79 llegó al 30,76%, a partir de allí empezó el retroceso y en el período 2000-04 descendió hasta el 19,54% (cuadro de PBI por sectores elaborado por Orlando Ferreres). Y, contra todo lo que dice el gobierno sobre su “modelo industrialista”, baja a 17,90%, en 2011 (Dirección Nacional de Cuentas Nacionales). Ni siquiera alcanza el nivel de 1993, cuando registró un 19,81%. Esto significa que el crecimiento de la agroindustria no revierte la tendencia de retroceso y estancamiento de la industria.

Argentina, una semicolonia yanqui
Como veíamos anteriormente, no estamos frente a un proceso ni “industrialista” ni “nacional”. Por el contrario, las tendencias hacia la concentración, extranjerización y liquidación de la industria inauguradas por la dictadura se han ido profundizando a través de los distintos gobiernos, incluido el último período. Argentina sigue siendo, pese a la perorata kirchnerista, una semicolonia del imperialismo yanqui. Así lo demuestra su estructura económica, principalmente en manos de capitales extranjeros, fuertemente atada a los vaivenes de la economía global y sostenida centralmente sobre los altos precios de los productos agropecuarios como la soja en el mercado internacional. Esto le ha permitido al kirchnerismo aplicar ciertas medidas parcialmente distributivas. Sin embargo, al no alterar la matriz productiva, esta situación se vuelve totalmente inestable.
Sólo la puesta en pie de un plan económico alternativo al servicio de la clase obrera y el pueblo, que parta de la nacionalización de la banca, el comercio exterior y de la gran industria, y de la reestatización de las empresas privatizadas bajo control de sus trabajadores, permitirá dar respuesta a los problemas de fondo que aún hoy continúan vigentes.

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